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El precio natural y el precio comercial

Recientemente la Secretaría de Hacienda del Distrito Capital de Bogotá, en cabeza de su jefe el doctor Pedro Rodríguez, anunció un incremento en el avalúo catastral de los predios de la capital colombiana. El incremento propuesto por don Pedro supera todo lo que en materia de avalúos se haya tasado anteriormente y lo que pueda tasarse en el futuro también. Si el metro cuadrado de un inmueble comercial está calculado por la Oficina de Catastro Distrital en dos millones de pesos, don Pedro pide que se reajuste a cuarenta millones. Un incremento del dos mil por ciento. Lo que don Pedro alega es que el precio comercial de cuarenta millones debe ser, según su lógica, el precio natural del metro cuadrado. Los subalternos de don Pedro trabajan de la siguiente forma: visitan, al azar, un almacén de una determinada zona comercial, preguntan por su valor y su área, hacen una división y concluyen que, y este fue el caso, el metro cuadrado es de cuarenta millones de pesos. Luego usan un criterio de homogeneidad  y deciden que todos los predios comerciales de la zona valen cuarenta millones de pesos el metro cuadrado. ¡Comuníquese y Cúmplase! El mismo criterio de don Pedro se aplicó a los predios residenciales e industriales. Obviamente las protestas y reclamos aparecieron por cientos de miles de propietarios.

Los afanes de don Pedro radican en la necesidad del Alcalde Mayor de aumentar los caudales tributarios pues éste está comprometido con la redistribución del ingreso sin importarle que sus decretos y disposiciones destruyan el tejido productivo y empobrezcan a la población. A Bogotá hay que aplanarlo económicamente, supongo que será el lema del Alcalde. Recordemos que a las izquierdas no les molesta la pobreza, les molesta la desigualdad.

Don Pedro tiene que ser un economista de nueva generación. No entiende don Pedro, y con razón, que si desde cuando don Adam Smith (1723-1790) publicó La Riqueza de las Naciones la mayoría de los economistas aceptaron la diferencia entre precio natural y precio comercial  y si aceptaron también que este último tiende hacia el primero, por qué no igualarlos ahora y por decreto.

El error que comete don Pedro es muy viejo y cómo ya lo dijimos se remonta a marzo de 1776 cuando don Adam Smith  publicó, en dos volúmenes, Una investigación sobre la naturaleza y la causa de la riqueza de las naciones  [1] considerada como el punto de partida de la Ciencia Económica. No obstante don Adam Smith es considerado, y por muchos motivos, el padre del liberalismo económico.

El grande aporte de don Pedro a la profundización de aquel error consiste en que, inexplicablemente, él puede calcular a priori el valor de una transacción comercial. Él puede saber y medir lo que no ha sucedido. Don Adam Smith no se atrevió a llegar tan lejos.

No existe el tal precio natural, éste es un concepto introducido en los análisis económicos que riñe con la idea misma de mercado. Lo que existe es el precio comercial, el precio como producto del intercambio voluntario, un precio que no podemos conocer de antemano puesto que es cambiante. Ello lo podemos comprobar diariamente cuando miramos las fluctuaciones de los precios de las acciones en las bolsas de valores. Volviendo al ejemplo de los predios de una zona comercial, es fácil advertir que si por alguna razón todos los locales comerciales se pusieran en venta el precio comercial de todos ellos se desplomaría.

La discusión sobre las características de los precios es muy vieja. Se inició cuando los economistas adoptaron, ora una teoría subjetiva del valor, ora una teoría objetiva del mismo. La teoría subjetiva del valor se remonta a la escuela escolástica española del siglo XVI. Diego de Cobarrubias y Leyva (1512-1577), obispo de Segovia y ministro de Felipe II, expresó con claridad el concepto de la teoría subjetiva del valor cuando afirmó en [2] que: “[…]el valor de una cosa no depende de su naturaleza objetiva sino de la estimación subjetiva de los hombres, incluso, aunque tal estimación sea alocada…” y lo ilustraba diciendo que “[…]en las Indias el trigo se valora más que en España porque allí los hombres lo estiman más, y ello a pesar de que la naturaleza del trigo es la misma en ambos lugares”.

La teoría objetiva del valor la encontramos por primera vez en los trabajos de Adam Smith y constituye la base teórica de los despistes y malas voluntades de don Pedro. Adam Smith considera que el trabajo es la medida de todo valor. Así dice: “[…] es evidente, por lo tanto, que el trabajo es la única medida universal y precisa del valor, o el único patrón mediante el cual podemos comparar los valores de distintas mercancías en cualquier tiempo y lugar”.

Una cosa es que el trabajo humano sea la fuente de la riqueza y otra muy distinta que la hora de trabajo de un hombre promedio constituya la unidad de valor. Los economistas posteriores a Smith, como D. Ricardo, J. Say, J.S. Mill y T. R. Malthus aceptaron la teoría del valor de don Adam Smith;  sólo K. Marx se apartó de ella pero conservó la misma línea argumental de la teoría objetiva del valor. Marx advirtió una inconsistencia en la teoría del valor–trabajo cuando afirmó en [3] que “Si dijésemos que el valor de una jornada de trabajo de diez horas equivale a diez horas de trabajo, o a la cantidad de trabajo contenido en aquéllas, haríamos una afirmación tautológica, y además, sin sentido”.

En un intento de evitar la tautología, K. Marx introdujo el concepto de fuerza de trabajo y terminó diciendo: “El valor de la fuerza de trabajo se determina por el valor de los artículos de primera necesidad imprescindibles para producir, desarrollar, mantener y perpetuar la fuerza de trabajo”.

Lo que no advirtió Marx es que aquellos artículos de primera necesidad se miden en términos del valor de la fuerza de trabajo haciendo que su nueva definición sea tautológica y sin sentido. La lógica formal nos enseña que lo definido no puede incluírse en la definición.

La teoría subjetiva del valor fue desenterrada a finales del siglo XIX en la revolución marginalista por Karl Menger (1840-1921) quien es considerado el padre de la escuela austríaca de economía. Es muy curioso que este fundamental concepto no sea el único considerado en los análisis económicos de hoy; no es de extrañar que su desconocimiento lleve a don Pedro a proponer disparates.

Referencias

[1] A. Smith, Investigación de la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones, Editorial,  Publicaciones Cruz O, México.

[2] Diego de Covarrubias y Leyva, Omnia Opera, Haredam Hieronymi Scoti, Venecia 1604, vol. 2, Libro 2, p. 131

[3] K. Marx, Salario, precio y ganancia, http://www.ucm.es/info/bas/es/marx-eng/65spg/index.htm
 

 

Categorías: Economía
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